Me despedí sintiendo la batalla perdida. Había extraviado parte del alma y el centro.
Me refugié y lloré sintiéndome desplazada de la vida que había conocido y disfrutado los últimos años.
Se me estrujó el corazón y por las noches me abracé a la esperanza de algún día poder regresar.
Soñaba con volver y reparar lo que se había roto. Anhelaba volver y retomar la vida donde la había dejado.
Mantenía la ilusión de una nueva oportunidad para seguir con los sueños y proyectos dibujados, hasta que de a poco la realidad fue haciéndose presente.
Entonces volví la cara alrededor para darme cuenta que estaba de nuevo ahí. Un espacio que había dejado de habitar hace tiempo como mi hogar pero que de a poco fue sintiéndose nuevamente como uno. Como refugio para sanar.
Así, después de tanto sueño y anhelo, la realidad fue tomando su lugar y ya no parecía pesada.
Así, la derrota dejó de sentirse como tal y se convirtió más en un cambio lleno de nuevas oportunidades.
Un camino distinto se abría paso y tocaba renacer de nuevo.
Y viendo pasar el tiempo, la desesperación por volver a un punto de quiebre se tornó en emoción por volver a intentarlo desde una nueva perspectiva, sin prisas.
Y viendo salir el sol por la ventana, después de una mañana de lluvia, comencé a sentir el corazón en casa.